Texto de Elena Díez Fernández, un duende metido en el cuerpo de una asturiana:
La cabra
En casa, cuando empezó a crecer ya le decían que acabaría en el monte con las cabras, nunca entendió porqué...
Después en el trabajo que si se andaba por las ramas...
Supongo que no quería pelear con nadie, no entendía éste mundo, por eso se sentía libre en el suyo…
A menudo se sentía sola, nadie la entendía, era entonces, lo que nadie sabía, que se iba por los montes y entre peñascos se subía a los árboles, de los árboles a las ramas y respiraba aire fresco y miraba las estrellas. Pero era cuando salía la luna, entonces, cuando se extasiaba;
Porque era ella, la luna, quien la entendía.... .....desde la rama saltaba y la besaba y hablaban, si hacía frío le ponía bufanda, si calor lazos y guirnaldas y a veces también blondas.....
Texto de Rocío Romero, cuyo blog es: http://rromeropeinado.blogspot.com/
Duérmete niña
Ahora siempre es papá quien me acuesta. Las sábanas tienen más arrugas y el embozo, a veces, queda muy alto. Huele a leña y a salchichas, porque nunca nos acordamos de cerrar la puerta de la habitación. Pero papá dice que estamos aprendiendo a vivir sin ella.
—Papá. Esta noche quiero verla… ―le digo bajito desde la cama.
Se pone rígido y noto que quiere marcharse. Me siento derecha y me froto los ojos. Le cuento despacio, y escojo las palabras con cuidado, para no asustarlo. Los papás, a veces, no son tan valientes como parecen.
―Veamos ―sonríe, más tranquilo―. Cuando te dejo en la linde mientras yo riego, cada día se acerca una cabra y te cuenta cosas…
―Pequeña, de cuernos largos. Muy suave ―me apresuro en los matices para que vea que es cierto, y espero que no se eche a reír.
―Ya…
―Y me dice que por la noche, cuando yo duermo, ella me espera bajo la luna y también dice que me mira…
Papá frunce el ceño. Me bajo de la cama, empujo una silla contra la pared y abro la contraventana de madera. Miro hacia afuera entornando los ojos, pero no se ve nada.
―Pues se toma siempre la leche que le dejo― insisto.
Mi padre me explica que muchos animales se acercan a las casas por si encuentran comida. Lo dice mirándome a los ojos, muy serio, como si no me creyera capaz de entenderlo. Y yo asiento despacio, segura de que no, él no me ha entendido a mí. Un último intento, me digo.
―Cuando se marcha, todo huele a las flores de mamá.
Papá se levanta de mi cama y acerca sus labios a mi mejilla. Tiene la mirada borrosa, parpadea un poco, pero no dice nada más. Sólo “duérmete, cariño”.
Texto de Rubén Gozalo, cuyo blog podeis visitar en: http://dosiscomprimidas.wordpress.com
La metamorfosis de “El Ovejo”
No fueron los libros de caballería. Tampoco ningún trauma que sufrió de pequeño. “El Ovejo” había pasado tanto tiempo junto al rebaño que perdió la cabeza. Su problema: las ovejas que veía a todas horas. Estrés laboral, lo denominó el doctor, quien le recomendó unas vacaciones que el pastor no se pudo permitir. Así las cosas, siguió viendo ovejas. Ovejas por aquí, ovejas por allá. Magia. Más ovejas, más corderos, más borregos. Por las noches apenas podía dormir. Intentaba aferrarse a los brazos de Morfeo empleando una gran variedad de técnicas: resolvía series matemáticas, recitaba la tabla de multiplicar, se ponía a leer las obras completas de Mario Benedetti, se colocaba un antifaz, mantenía relaciones sexuales con su santa esposa o rezaba el rosario y diez mil Avemarías. Pero ni por esas conciliaba el sueño. Sólo le funcionaba lo de contar ovejas. Y hasta que no había contabilizado 457.678 no se dormía. Y cuando por fin lo lograba, soñaba con ellas. En el campo, en la cuadra, en el frontón, en la sala de estar, debajo de la cama. Ahí estaban como fantasmas agazapados en las tinieblas farfullando. ¡Beeeeee! ¡Beeeee!
Una noche de insomnio y después de tomarse una manzana, un vasito de leche de oveja bien caliente y unas roquillas “El Ovejo” salió al porche de su casa. A lo lejos contempló, con el éxtasis de una monja a quien se le acaba de aparecer por primera vez Jesucristo, la majestuosidad de la bóveda celeste. Se fijó en la luna llena y en el aura que desprendía a su alrededor, como si esa noche las estrellas del firmamento se hubiesen conjuntado para formar un mantel gigante en el cielo. Entonces, algo ocurrió en su interior, una metamorfosis paranormal y siniestra que ni siquiera Mulder o Scully podrían jamás explicar. Poseído, “El Ovejo” trepó por las ramas de los árboles con la facilidad de una ardilla, situándose en el punto más alto. Y después se puso a aullar. Sin embargo, en el pueblo, los parroquianos solo repararon en un tipo más loco que una cabra, encaramado a un árbol, gritando a la luna bajo la atenta mirada de un mantel bordado de estrellas.
Si la evocadora ilustración de Clarulina fuera un perfume, me quedaría con el aroma de ternura y complicidad de Duérmete niña, el tono poético en La Cabra y la ironía latente en La Metamorfosis,tres puertas abiertas a la imaginación con la llave maestra de Clarulina.
ResponderEliminarSaludos
Tres historias diferentes (las tres bellamente narradas), que tienen algo en común: están inspiradas en una preciosa ilustración de Clarulina.
ResponderEliminarMi enhorabuena a los artistas.
No me pregunten porqué, la ilustración me trae a la cabeza reminiscencias orientales. Me gusta mucho.
ResponderEliminarCon el personaje de Elena me identifico bastante, sobre todo en la primera parte.
Los tres me gustaron.
Gracias Clara, la entrada a tres manos más la ilustración "llave" ha quedado preciosa :-)
ResponderEliminarAbrazos
Con estilos bien diferenciados, los tres textos me han parecido fantásticos.
ResponderEliminarY la ilustración es una preciosidad.
Mis felicitaciones a los 4.
Besos.
Esa es mi prima!!! [Elena] Me ha encantado mane, me veo reflejado en esa poesía, ya que yo también soy un lunático :) Por cierto, preciosas las ilustraciones.
ResponderEliminarBesos :)