
Atareados, todos los transeuntes de aquel barrio se movían ajetreadamente:
paseaban a sus perros sin darles ningún mimo, corrían a coger el autobús
gritando y maldiciendo,
Iban a sus trabajos bebiendo café con una mano y leyendo el periodico con
la otra mientras contestaban a la vez al teléfono con sus manos-libres,
no paraban.
El tiempo corría y las cosas que hacer surgían a cada paso,
no había que perder ni un minuto. El tiempo era oro y se
jugaban su futuro en aquellas tareas.
Sin embargo, a aquel grupo de seis personas no les molestaba pararse, ayudaban a sus
vecinos, hablaban con la señora de la parada del bus, leían el pediodico en
un banco del parque, salían a correr desconectando sus mentes. Llevaban
una vida tranquila y llena de pequeñas sensaciones que les llenaban. Vivían
sus vidas y cada tarde se lo contaban los unos a los otros, lloviera o nevara
siempre se juntaban.
Esto les hacía grandes, tan grandes que al resto de
las personas se las veía infimas, no les llegaban ni a la rodilla.
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Obra de Laura Recio, una prima única que siempre tiene una sonrisa para regalarte
Me encanta Laura, no conocía esta faceta tuya, ¡muy bien!
ResponderEliminarMuy bonito Laura, para tomar nota y vivir un poco más despacio.
ResponderEliminarUn beso
Cúanta falta le hace a este mundo ese grupito de ángeles con paraguas :) Me encantó el relato y la bonita imágen, felicidades.
ResponderEliminarQué vidas desperdiciadas corriendo de un lado para otro, para hacer mil cosas urgentes y desatender las importantes. Necesitamos sentarnos en la acera y respirar hondo, para vivir de verdad, como en el cuento. La ilstración me ha gustado mucho con esa ciudad de grandes edificios, la lluvia y los paraguas protectores... Precioso.
ResponderEliminarBesos a las dos
Buenísimo Laura, me encantó, que el resto de la gente no les llega ni a la rodilla, y tanto!
ResponderEliminarUn abrazo a ambas