miércoles, 16 de noviembre de 2011

Clarulina + Ana Campoy, Manolo Ortiz y Raquel Míguez


Enigma

Desde que la conoció, jamás supo interpretar lo que ella tenía por dentro. Su cabeza era un bulbo. Capas y más capas de tejidos formando incógnitas. Un núcleo de ideas, forrado de mecanismos de defensa, como láminas imposibles de franquear.

Siempre quiso adentrase en aquella pantalla con la que ella había filtrado su vida. Lo intentó al principio, pero sabía que corría el riesgo de empañarse los ojos. Pues cada vez que rascaba aquella bella cáscara que parecía ser su cabeza, los efluvios emanaban y le hacían retroceder provocándole las lágrimas.

Pensó en alejarse de ella. Huir de aquella criatura mitad monstruo, mitad real, que amenazaba con ahogar su propia existencia. Pero se resistió a abandonarla. A permitir que cualquier depredador la devorara en un descuido. Y decidió permanecer a su lado.

Poco quedaba de aquella niña endeble como el tallo de una hoja. El tiempo se había agolpado de bruces sobre su cuerpo, engrosando su cerebro e infectándolo de material inflamable. Y fue entonces cuando comprendió que sólo habría una manera de liberarla.

Por eso, cuando le arreó el último hachazo y la sangre brotó a borbotones abriéndole la sien, supo que estaba perdido. Pues no contaba con que esa rara masa azucarada, aquella esencia de bondad que brotó de repente de su cráneo, hubiera estado ahí durante todo ese tiempo.

Intentó contenerla. Reparar el daño causado metiéndolo todo de nuevo en su calavera. Pero el secreto de su enigma ya había sido liberado, y fue a clavarse, directamente, en el latir de su conciencia.

Ana Campoy



Composición

No es cómodo vivir en un zapato, aunque éste sea la bota abandonada
de un gigante. Si Amadea no se había mudado a un hotel, era por su alto
costo. Además, por su trabajo de mensajera, debía recorrer a diario grandes
distancias. Es de sobra conocido que a los zapatos les gusta caminar. Por
vanidad, ella hubiera optado por un tenis deportivo de última generación.
Sin embargo, en sus estudios musicales requería de aislamiento e intimidad
absolutos.
Años después, la célebre Amadea recrearía en el Concierto del zapato
rojo y las cebollas, aquella etapa de su vida.

José Manuel Ortiz Soto
http://cuervosparatusojos.blogspot.com/


Cebollina
Hubiera sido la mejor fiesta de disfraces de mi vida. Me pinté el pelo, me puse
extensiones y vacié un bote de laca extra fuerte sobre cada mechón, después de
sujetarlos con alambres.  Durante días  aclaré mi piel con yogurt y  el de la fiesta me
maquillé en el blanco de las geishas. Nada más verme me invitaste a bailar, no me dio
tiempo ni de sacarme la casaca roja y me alegró (es tan bonita). Dimos muchas vueltas,
tu mano en mi cintura, mi mano en tu hombro, tantas vueltas que  ya no sabía dónde
estábamos.  Hubiese sido la mejor fiesta de disfraces de mi vida. Y  tal vez  lo fue.
Cuando me quise dar cuenta me habías  cortado en trozos y aliñado con vinagre de
Módena y una reducción de Pedro Ximénez. Sentí el chorro de picual  y el roce de una
hoja turgente de lechuga. De una de esas lechugas que parecen un ramo de novia, con el
corazón verde y el borde berenjena. Lo último que recuerdo fue que viajábamos las dos
hacia el túnel de tu boca, pinchadas en un tenedor de plata.
Raquel Míguez

6 comentarios:

  1. Se echaba de menos una entrada aquí... La primera historia es preciosa, la segunda sorprendente. Y me encanta esa carita de cebolla con pecas... :)

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  2. Muy originales los tres trabajos, fue un placer leer y disfrutar de la ilustración

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  3. Gracias por la imagen, Clarulina. Me encantó.

    Saludos y un abrazo también para Ana.

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  4. La cebollina es una monada. Otro abrazo para Manolo y su zapato viajero.

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  5. Gracias, Dragón. También a mí me gustan "Enigma" y "Composición", la ilustración es de lo más sugerente.

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