Mon amour
Se conocieron en París. Cada una vio en la otra lo que le faltaba para ser feliz... Esa mirada dulce, esos labios sensuales; el aspecto maternal de la primera, la alegría juvenil en la segunda. Congraciaban perfectamente en aquella habitación del hotel de Montparnasse donde sus manos recorrieron con caricias un pasado e imaginaron un futuro en común. Pero cada una guardaba en su bolso un billete de regreso y un destino.
Después de la separación los días se fueron llenando de «te quieros» y de «no puedo vivir sin ti» que llegaban a miles por e-mail.
Eso ocurrió la pasada primavera.
Ahora, en España, al final del otoño, la figura maternal que añora aquel fugaz encuentro está a punto de descubrir con su imaginación una roja manzana con forma de corazón entre las ramas de una acacia que pronto dará racimos llenos de flores amarillas... ¡Pompones llenos de luz del sol! Mientras el viento susurra…«Eva, Eva, Eva…»
Por su parte, la figura juvenil del body a rayas, la que está bajo las hojas acorazonadas de la catalpa, allí, en su américa natal, escucha lo que le dicen los pétalos de la margarita que apoya junto a sus labios... «Me quiere mucho», «...mucho», «mucho»... La flor no se cansa de repetir.
Eva y Margarita lo tienen decidido. Se reunirán esta primavera en París, y sellarán su amor para toda la vida.
Eva, Margarita, «mon amour», otro fin de semana en París... Y, acaso, un amor para toda la vida.
Pilar Alberdi
http://pilaralberdi.blogspot.com
La sombra de los árboles
La decisión estaba tomada. Una de las dos desaparecería de su vida, tan solo le quedaba resolver cual de ellas pasaría a ser historia: la ardiente Catalpa, que le emborrachaba de pasión y hacía de su existencia un continuo sobresalto o la dulce Acacia, que almibaraba sus días con el néctar de la serenidad. Dudaba entre vivir con Catalpa en una interminable montaña rusa o con Acacia en una barca que acariciara el agua arrancando su murmullo. Las dos le conducían al paraíso pero solo una de ellas era capaz de hacerle morder la manzana. Preparó dos cartas: una de despedida y otra de compromiso, las introdujo en dos sobres sin mirar cual había caído en cada uno de ellos y las depositó en el buzón de correos esperando que el azar decidiera por él, al fin y al cabo, era un hombre del páramo, no sabía escuchar la sombra de los árboles.
Esperanza Temprano
El camino del bosque
Con cada paso Pehuén se adentraba más en el bosque. El lugar era en extremo apacible, el clima era perfecto, y no sentía hambre ni sed. Quizá fue el cielo, que se regocijaba en recorrer todo el espectro de los colores, lo que le hizo sospechar que estaba dormido. A medida que la sospecha se volvía en él certeza, caminar le resultaba más sencillo: solo con reforzar una imagen mental las piedras se acomodaban amablemente al costado del camino, y las ramas que le impedían el paso se movían invitándolo a seguir.
Notó que su camino se cruzaba con otro. Por él corría Catalpa. Sus cabellos eran del color de la noche, su cuerpo era esbelto, y su mirada sensual. Pehuén no se sorprendió al descubrir que olía a flores. Sin decir palabra, la tomó por la cintura y la besó en los labios. Juntos, pasaron la noche disfrutando el cielo estrellado.
Al despertar descubrió que estaba solo y siguió caminando. Comenzó a impacientarse: el bosque parecía seguir eternamente, y no tenía idea de qué misión debía cumplir allí. Ansioso por ver el final de la arboleda, comenzó a correr desviándose del camino. En su desesperada carrera, ramas y espinas lastimaban su cuerpo. Quiso la suerte que una de estas espinas contuviese un veneno letal.
La vista se le nubló, las piernas le fallaron, le costaba respirar. Pero esto, lejos de desanimarlo, le hizo recordar cuán importante era para él conocer el bosque. Con sus últimas fuerzas, decidió volver al camino. Una muchacha le sonreía desde allí. Se acercó a él y con su tacto curó las heridas. Su nombre era Acacia, y fue con gran alegría que descubrieron que sus caminos corrían juntos por un largo trecho. Tomados de la mano, caminaron deteniéndose a admirar la caída de las hojas, a sorprenderse por la forma de las ramas, a escuchar el canto de los pájaros, o simplemente a agradecerle al bosque el haberse encontrado.
Lucas Fulgi
:)
ResponderEliminarUna historia de amor para unas ilustraciones hermosas.
No me vi en la lista de la otra página, la de autores que esperan por participar... ¿estoy anotado al final?
Saludos
Bellas ilustraciones, con preferencia personal por la primera.
ResponderEliminarY bello texto, aunque yo, más escéptico, quizá no vea ese final feliz tan cerrado, sin menoscabo de alabanzas para la historia en forma y fondo.
Tres historias estupendas para dos ilustraciones magníficas.
ResponderEliminarMi enhorabuena a los artistas de la letra y la imagen.
Un saludo.
Historias dignas de enmarcar nuestros ojos. Lucas decidamente tu voz silba y el relámpago mueve la cola.
ResponderEliminarEste tipo de ejercicios son curiosos.
ResponderEliminarNos mostramos a través de ellos.
Me ha gustado tu relato.
Saludos.